
A lo largo y ancho de nuestro país celebramos el día de la Pachamama, Madre Tierra en quechua, y lo más difundido para cada 1º de agosto es beber caña con ruda para gozar de salud y abundancia hasta el siguiente año. Pero ésta tradición va mucho más allá, y es en las provincias del noroeste argentino, antiguos reinos Incas, en donde ésta festividad se vive como algo sagrado.
La «corpachada» (de «corpachar», dar de comer), como se conoce el ritual, consiste en cavar un pozo en la tierra, que simboliza la «boca» de la Pachamama, y allí ofrendar alimentos, bebidas y hasta objetos o simbolizaciones de los mismos, en torno a lo que se desea pedirle a la Tierra. Los alimentos son en forma de agradecimiento, y los objetos como un pedido. Muchos lugares del noroeste venden figuras pequeñas construídas en azúcar, para poder ofrendar y no contaminar el suelo. El ritual va acompañado de rezos, agradecimientos y peticiones.
No es un hecho aislado, ya que históricamente los ancestros de los pueblos Incas, como muchos otros pueblos originarios de América, se dedicaban casi exclusivamente a las actividades agrícola-ganaderas. Esto significa que las «economías» de estas civilizaciones precolombinas se basaban y dependían de los frutos de la Tierra. Es por ello que demostraban tanta veneración. La Pacha (Tierra) es una de las tres deidades a las que los Incas rendían culto, junto a Inti (Sol, deidad máxima) y Quilla (la Luna). De estos tres «dioses» dependía la vida de toda la civilización, según sus propias creencias.
Los festejos no se reducen al primer día de agosto, sino que todo el mes se considera propicio para sahumar los hogares, los seres queridos y hasta los bienes en cada familia. De ésta manera se alejan los «malos espíritus», augurios negativos y malos sentimientos.
Monumento a la Pachamama: el más grande de Sudamérica
En San Francisco, un joven pueblo de no más de 350 habitantes, y de apenas 44 años de existencia, situado en el departamento de Valle Grande, al noreste de la Provincia de Jujuy, se erige el Monumento a la Pachamama, considerado el más grande de América del Sur. Al corazón de las Yungas, nombre con el que se conocen las extensiones de selva montaña y bosque andino, se congregan miles de personas cada 1 de agosto alrededor del mediodía, para venera a la Madre Tierra.
Este monumento representa las bondades de la Tierra, y la milenaria civilización que creció en torno a ella. Para llegar hacia ella, se sube por una escalinata construida en la parte más alta del pueblo, que se encuentra a unos 1475 metros por sobre el nivel del mar.
La leyenda de Pachacamac y Pachamama
Cuenta la leyenda que hace muchos miles de años, entre los dioses celestiales, dos hermanos se enfrentaron por el amor de una mujer: Pachacamac (Dios Creador del Mundo) y Wakon (Dios del Fuego) se enamoraron de Pachamama (Diosa Madre Tierra). Ella eligió a Pachacamac, lo que causó la ira de Wakon, quien fue expulsado del reino y ocasionó desastres en la tierra. Envió sequías, inundaciones, hambre y muerte.
Ante estas desgracias, su hermano Pachacamac bajó de los cielos para vencerlo en una feroz lucha, y así se reestableció el orden en el planeta. Así, Pachacamac y Pachamama, ya como mortales, reinaron en la Tierra, mientras que Wakon , sólo y desterrado, condenado a las sombras, vivió en las oscuras y alejadas sombras de las montañas.
De los enamorados, nacieron los gemelos Wilkas, una niña y un varón. Pero al poco tiempo Pachacamac murió tras caer en el Mar de Lurín (Lima), y se conviertió en una isla. Las tinieblas cubrieron el mundo.
Pachamama y sus niños no desfallecieron ante tanta tristeza y oscuridad. deambularon incansablemente durante noches eternas, enfrentando monstruos y adversidades, pero nunca perdieron su lucidez. Una noche, durante su marcha errante, divisaron una luz en las alturas, por las tierras de Canta (Sierra de Lima), y no dudaron en acudir a ella. Ignoraban que el fuego que iluminaba la noche provenía de la cueva donde se refugiaba Wakon.
El ahora desconocido Wakon, aprovechándose de la desgraciada situación de la madre y sus niños, intentó conquistar a la mujer, mientras distraía a los pequeños para que fueran en busca de agua. Pachamama lo rechazó una vez más, y envuelto en furia Wakon la mata, devorándola como un demonio antropófago. El espíritu de Pachamama se aleja y se convierte en la Cordillera «La Viuda», hoy ubicada en los Andes Centrales, en el límite de Lima, Junín y Pasco.
Al regreso, los gemelos preguntan por su madre, y el malvado tío les dice que se marchó y que él debe cuidarlos. El demmonio planeaba devorarlos al igual que a su madre. Entonces el Huaychao (ave andina que anuncia la salida del sol) aparece para contarles a los niños la verdad. Los valientes pequeños comienzan a huir, hasta que son escondidos en una madriguera por una astuta zorra.
Habiéndose ingeniado para parchar la vasija con arcilla y hojas verdes, los hermanitos regresan con el agua. Miran por todos lados, buscan llorando a su madre; el tío se apura en decirles que ha salido y le ha pedido que los cuide hasta su regreso. Wakon pretendía realmente devorárselos, después de engordarlos lo suficiente; felizmente, aparece el Huaychao (ave andina que anuncia la salida del sol) para contarles que su madre fue asesinada y devorada por su tío.
Los gemelos huyen, corren sin parar, temen a la muerte que viene tras ellos. En el trayecto, diversos animales ofrecen distraer al malvado persecutor; avanzan y avanzan, demostrando valor, a pesar que sus delgadas piernas se van rindiendo; muy cansados ya, una zorra los oculta en su madriguera.
Wakon encontró a la zorra y preguntó si había visto a los niños. Con mucha astucia ésta respondió que no, pero dijo que podía llamarlos desde la montaña más alta, imitando la voz de su madre, entonces los niños acudirían. El crédulo demonio comenzó el ascenso, pero tras pisar una roca muy floja, cayó al vacío y murió.
Ante las infortunios de los huérfanos Wilkas, su padre Pachacamac, que los miraba desde el cielo, decidió llevarlos con él a través de finas cuerdas doradas por las que los niños subieron. A salvo, y en el reino de los cielos, su padre los premió por su valentía y los convirtió en Inti y Quilla (Sol y Luna), devolviendo la luz a la tierra incluso cuando es de noche.