En un contexto donde el flujo de información es constante, la memética conforma hoy una nueva manera de comunicarnos. Los memes, esas cómicas imágenes que circulan por internet, ilustran la realidad de manera sencilla y práctica, con un valor agregado: la risa.
La palabra «meme», aunque parezca nueva, apareció por primera vez en un libro de 1976, escrito por el científico británico Richard Dawkins, donde la define como “la unidad mínima de información que se puede transmitir; es decir, los memes conforman la base mental de nuestra cultura, como los genes conforman la primera base de nuestra vida”. Pero, en nuestros días, ¿cuál es el lugar que le otorgamos a los memes?
Cuando el pasado 16 de junio, la Argentina y otros países se quedaron sin luz por completo, millones de memes inundaron la red, ilustrando el hecho con referencias a la serie Chernobyl y a Los Simpsons.

Cuando, en 2014, la selección de fútbol argentina perdió la final del mundial contra Alemania, los memes también dijeron presente para agregar algo de humor al desenlace.
Ocurrió lo mismo, el pasado mayo, cuando se emitió el último episodio de Game of Thrones. A través de los memes, los fans de la serie expresaron sus sentimientos de conformidad o disconformidad, enojo o tristeza, y también, editaron algunas de las escenas para hacerlas divertidas.
Y día a día, los memes representan situaciones cotidianas que son comunes a un grupo social determinado. De hecho, gran parte de su popularidad se debe al sentimiento de identificación que generan y su original manera de captar la existencia.
Podemos decir, entonces, que los memes son un espejo de la realidad. No un espejo normal, quizás, sino uno esos que distorsionan la forma del cuerpo, que exageran tus rasgos para que sea gracioso mirarte.
Así, todo lo que está pasando queda plasmado en estas imágenes con texto que simplifican un mensaje y lo hacen viral. Porque la clave de los memes es su sencillez: mientras más fácil de entender, mayor será su difusión. De esta manera, circulan por las redes sociales constantemente, mientras miles de personas se los apropian y los transforman según la idea que quieran transmitir.
El súper poder de los memes es su capacidad para resignificarse infinitamente, y adquirir el valor que el usuario quiera otorgarle. El meme es de todos, todas y todes. Es un lugar de encuentro, una forma de agruparnos y de compartir. Conforma un lenguaje de nuestra época que no sólo nos ayuda a expresar lo que sentimos cuando las palabras no alcanzan, sino que también nos sirve como arma para burlarnos de los malestares contemporáneos. Los utilizamos para hacer frente a los dolores que nos aquejan y las injusticias que nos pesan. La risa es nuestro refugio ante la incompetencia de la clase política y el cinismo de las poderosas clases económicas.

Los memes también nos ayudan a disputar espacios: a través de ellos, nos colamos en los medios de comunicación (que se hacen eco de lo que pasa en las redes sociales) y así, fijamos agenda para que se hable de lo que nosotros estamos hablando.
Pero si observamos hacia el pasado, nos encontraremos con que, en realidad, los memes no son nada nuevo bajo el sol. Cuando internet todavía no era ni una idea, cuando las revistas y los diarios en papel era el canal por el cual la información circulaba, la gente también conseguía burlarse de lo que pasaba en los altos estratos.
Hablo de la sátira y las caricaturas políticas que, de cierta forma, configuran los antecedentes del meme. A través de ellas, los ilustradores dejaban constancia de los hechos que inquietaban a la sociedad. Tal es el caso de la revista argentina Caras y Caretas que, con un humor singular, expresaba los temas más relevantes de aquel entonces. De esta manera y tal como hacen los memes hoy, se le añadía la cuota de gracia a lo que intranquilizaba al pueblo.
Hipólito Irigoyen le entrega el mando presidencial a Marcelo T de Alvear: «Aquí la tienes. Cuídala mucho. A pesar de las preocupaciones que causa, se acostumbra uno a ella de tal modo que ¡cuesta dejarla! El peligro yankee
Ante las innumerables preocupaciones que invaden nuestra cotidianidad, el ser humano fue capaz de encontrar las maneras de suavizar los males que lo oprimían. Es que, en el medio de tantas incertidumbres, siempre hizo falta que la risa nos salve.