Esfuerzo y dedicación son algunas de las palabras cuyo significado aprendemos de pequeños, no por leer el diccionario sino por verlas traducidas en diversas acciones.
Un ejemplo de esto es mi mamá que, obligada por su trabajo, cuando nací debía dejarme con mi abuela Nelly, y cada vez que yo tenía que tomar la teta, mi abuela se tomaba un taxi hasta el trabajo de mi mamá para que pudiera alimentarme. Esfuerzo, dedicación y, sobretodo amor, en un solo acto. Mi abuela y mi mamá eran -y todavía son- superheroínas.
Suelo recordar mi infancia con pequeños hechos: la mayoría de los días salía del jardín e iba a la casa de mis abuelos «¿qué vamos a comer hoy?» preguntaba alegremente en cuanto entraba por la puerta. Mi abuela me esperaba con la comida lista y una fruta de postre. La sopa de fideos era mi favorita, me calentaba el cuerpo y el corazón.
Ese mismo día mi mamá me había despedido en la puerta del colegio, donde me dejaba extremadamente abrigada y con el recuerdo de su beso en el cachete -marcado con labial- que luego alguna compañerita me sacaba con la mano. Lo que sucedía es que yo no volvía a los brazos de mi madre hasta bien entrada la tarde o por la noche. Creo que no lograba tomar conciencia de los sacrificios que ella hacía, y aún hace, por mi. Ni los que hacía mi abuela.
Mi abuela organizaba su día para poder cuidarme, en ese entonces yo era su única nieta. A veces hasta me llevaba a su trabajo, en donde me entretenía jugando con pequeñas cosas que encontraba por ahí. En Buenos Aires, donde nací y viví hasta los 9 años, las distancias se hacen enormes y los recorridos eternos, llevarme con ella era todo un esfuerzo. Así fue como, desde muy chiquita, aprendí que el amor incondicional existe.
A la abuela hasta le tocaba llevarme a la iglesia, una de barrio cerca de su casa en San Miguel, de la cual siempre fue muy devota y colaboradora. Me dejaba elegir las flores para decorar el altar y la ayudaba a dejar todo impecable para la misa del domingo mientras cantábamos juntas canciones de Heidi. De vez en cuando me aburría pero la abuela Nelly siempre fue una compañía hermosa.
A veces las palabras sobras, solo los actos son lo que realmente importa. La comida de la abuela cuando llegaba del jardín , el beso de mi mamá en la puerta de la escuela, plantar flores juntas en el patio, el abrazo de bienvenida cuando nos reencontrábamos. Simples hechos que demuestran amor.
Varias veces me han dicho “nunca vas a entender el amor de una madre hacia un hijo, hasta que seas madre”. No lo creo cierto, entiendo perfectamente el amor que tanto mi mamá como mi abuela tienen hacía mi porque lo vivo y lo siento con cada parte de mi ser. Así espero recordarlas toda mi vida, con amor y orgullo, y esos pequeños gestos que hicieron de mi infancia un sueño.