
Corrían los años 1950 cuando los médicos no lograban precisar qué le ocurría a la primera dama, que experimentaba decaimiento y una extremada pérdida de peso. A comienzos de la década, Evita Perón fue operada erróneamente de apendicitis.
Los estudios realizado al año siguiente arrojaron un diagnóstico desagradable: Evita padecía de cáncer de cuello uterino y su estado de salud empeoraba día a día. De esta manera, desde el Estado solicitaron un profesional a la altura.
Es en este momento, el 21 de septiembre de 1951, cuando aparece en la historia de Eva y Juan Perón el ginecólogo Jorge Albertelli quien, años después, confesaría que fue convocado a realizar el trabajo más difícil de su vida: curar a la esposa del presidente.

Tras ver el informe de la biopsia, el profesional aceptó llevar a cabo su tratamiento y se mudó, durante tres meses, a la residencia presidencial.
En 1994, casi cuarenta años más tarde, Albertelli publicó su libro Los «cien días» de Eva Perón, donde reveló detalles desconocidos de la enfermedad, y relató su relación con la increíble mujer que era Evita: «¿Qué me dieron sus ojos? (…) una dulce e infinita tristeza», escribió sobre la primera consulta allá por septiembre de 1951.
El médico fue quien explicó a Perón que Eva padecía cáncer en el cuello del útero: «cuando el diagnóstico se hace tempranamente, existe un porcentaje de curaciones. No es el caso», detalló Albertelli.
«La presencia de células malignas en la luz de las venas hace presumir que en un futuro no lejano se produzcan metástasis. (…) Es sabido que la virulencia del tumor es mayor cuanto menor es la edad», continuó el profesional sobre la grave enfermedad que padecía Evita a sus jóvenes 33 años.
Cuando recibió la noticia, Juan Domingo Perón estaba abatido. Quien era mandatario de la República Argentina le solicitó al médico que haga todo lo que esté a su alcance y enfatizó la importancia de Evita:
«Como compañera, como amiga, como consejera y como punto de apoyo leal en la lucha», la describió Perón, abatido, en aquellos difíciles tiempos.
El 28 de septiembre del 51′, el Gobierno fue sorprendido con la noticia de que el General Benjamín Menéndez impulsaría, sin éxito, un golpe de Estado al gobierno de Perón. Fue en ese momento que, pese a que le había obligado a guardar reposo absoluto, Evita decidió responder con un discurso en Radio Nacional:
«Me admiró la energía física, psíquica que desplegó esa mujer en un día traumático como ése, revelando una convicción intensa en sus ideales», reflexionaba Albertelli en su libro.
A pesar de su anemia, anorexia y fuertes dolores que le producía el cáncer, Evita no era una paciente dócil, para su médico personal, siempre estaba preocupada por la situación política del país.

Pasaron los días y, mientras se encontraba en cama, la primera dama publicó su famoso libro autobiográfico «La Razón de mi vida», el 15 de octubre de 1951. Dos días después, su esposo la estaría sosteniendo de la cintura para brindar su más emotivo discurso ante miles de personas, por el Día de la Lealtad:
«Tengo con ustedes una deuda sagrada. Y no me importa si para saldarla tengo que dajar jirones de mi vida en el camino. (…) Si este pueblo me pide la vida, se la daría cantando», afirmó.
Pese a lo difícil del cuadro, el ginecólogo creía que la obligación era luchar. Por eso, sugirió la aplicación de radium –para detener el crecimiento del tumor-, intervención quirúrgica y terapia de rayos X.
La cirugía se realizó en el Hospital Policlínico de Avellaneda, el 6 de noviembre. Convocado por el propio Perón, a escondidas de Eva, la realizó el oncólogo norteamericano Ggeorge Pack. Sin embargo, para Albertelli, más allá de que a esa altura ya nada podía hacerse, se trató de una «operación discreta, menos que buena», criticando el procedimiento y el instrumental.
Cinco días después de la operación, serían las elecciones generales. Se trataba de las primeras desde que Evita Perón consiguió el sufragio femenino y, por lo tanto, no se quedó sin votar: solicitó una urna y, desde la cama del hospital, ejerció su derecho.

Tiempo después, Albertelli recibió una noticia que denominaría como «la sentencia de muerte». Una metástasis a nivel del hilio ovárico que probablemente se había producido por vía venosa. Por decisión profesional, Evita nunca fue notificada de esto y continuó realizando su tratamiento de rayos normalmente.
Después de casi cien días junto a ella, el 31 de diciembre de 1951, el ginecólogo abandonó la residencia presidencial: «Al despedirme, le auguré pronta recuperación total y éxito en la gestión política», relatan sus últimas páginas del libro.
Y continuó escribiendo: «Sentí en ese momento una extraña tristeza. Al ir caminando pensaba que dejaba a mis espaldas a una joven mujer, cuyo porvenir veía tintes muy sombríos, trágicos».
El 1° de mayo de 1952, Evita Perón le habló a los argentinos por última vez. Con miles de autoconvocados en las afueras de la Casa Rosada, la primera dama recobró fuerzas, dio su discurso y recibió sus más cálidos aplausos que observaba desde el balcón de la Casa Rosada.

Pocos meses después, el 26 de julio de 1952, falleció. El certificado de fallecimiento indica que falleció a las 20:25, y algunas publicaciones sostienen que falleció dos minutos antes, a las 20:23.
A las 21:36, el locutor J. Furnot leyó por la cadena de radiodifusión:
Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, en horas de la mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente…

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