Binarismo de género: el mundo azul y rosa

Autos para varones, muñecas para mujeres, y otras construcciones sociales que no dan lugar a otras formas de ser y sentirse

Desde que nacemos, se nos asignan dos maneras de ser o estar: hombre o mujer, azul o rosa, autos o muñecas, deporte o cocina, héroes o princesas. Si bien mucho ha cambiado, esta diferenciación aun persiste y continua generando desigualdades que nos afectan. Para ampliar esta mirada, charlamos con Yohana Sarmiento, psicóloga especialista en género, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba.

En diálogo con Hablando Claro, definió el binarismo de género como “una división cultural basada en la idea de que el sexo y el género son construcciones estáticas”.

El sistema binario de género es una construcción social, cultural, política, e ideológica que tiene un basamento biológico, es decir que se establece según cuáles sean nuestras características biológicas: si se tiene vagina, se es mujer, si se tiene pene, se es hombre.


El lenguaje funciona como un agente socializador. Los libros infantiles, con frecuencia, representan claros ejemplos de estereotipos de género. A través de colores, dibujos o palabras designan lo que debe leer una niña o un niño.

Esta división, que no da lugar a otras formas de ser y de sentir (se), fundamenta la función de los estereotipos de género en nuestra sociedad. Son ideas preconcebidas, construidas socialmente, que determinan los roles que deben cumplir las mujeres y los hombres en la sociedad.

“El hombre es activo, participa en el mundo público, es fuerte, no se permite llorar ni la crianza de los hijos que está en manos de las mujeres porque naturalmente, entre comillas, son las que pueden ejercer ese rol”, ejemplifica Sarmiento.

La especialista advierte que este binarismo “deja por fuera otras maneras de construir las masculinidades y las feminidades, y construye y naturaliza sobre esta diferencia, desigualdades entre hombres y mujeres y aquellas personas que no se identifican con ninguno de estos dos géneros”.


Un claro estereotipo hacia la mujer es el de ser madre asociado a la función de única cuidadora. Esto no tiene en cuenta sus deseos, necesidades, circunstancias y capacidades reproductivas.

El sistema binario de género es uno de los principales pilares del patriarcado:

El patriarcado utiliza este binarismo para, primero, naturalizarlo y tomarlo como una construcción natural al establecer que “biológicamente es así y no se puede modificar”, y segundo, para seguir reproduciendo la dominación.

Frente a este sistema, el feminismo y colectivos por la diversidad, desde hace décadas, vienen trabajando para intentar romper estas estructuras impuestas tan arraigadas y naturalizadas que muchas veces no vemos.

Principalmente, a partir del 2015 con el nacimiento del colectivo Ni Una Menos, hubo una mayor visibilización de las violencias extremas hacia las mujeres, como es el caso de los femicidios. Por esta razón, actualmente no tenemos dificultad para identificarlas. Pero, la psicóloga aclara que sí cuesta detectar la violencia en lo cotidiano, es decir, los micromachismos.

Yohana Sarmiento menciona que romper con esas violencias cotidianas “es un gran desafío”, porque «pasa en las instituciones, en la calle, en la familia, en las universidades, en los lugares de trabajo, en las escuelas”.

Advierte que esas prácticas “parecen inofensivas pero siguen reproduciendo un sistema de dominación”. Y es ahí donde hay que “hacer un trabajo de percibirlas y no permitirlas”, y en el caso de quienes las ejercen, también deben replanteárselas.

“Los hombres o quienes transitan la masculinidad están pudiendo repensar esas prácticas machistas que también los condicionan a ellos”, valora la psicóloga.

La erradicación de estas prácticas también es un gran desafío para las disciplinas científicas, principalmente en las que circula la palabra. En este aspecto, Sarmiento se refirió a la psicología, que “ha servido a los encargos sociales de normalizar”. Determinar qué es lo normal y qué es lo anormal. Por esa razón, considera que deben hacer “un trabajo mucho más intenso de reflexión”.

Claro ejemplo es, que hasta hace unos años desde la propia psicología se pensaba y se transmitía que la homosexualidad era una enfermedad que debía curarse. Esto, actualmente, ha cambiado con el surgimiento de redes de psicólogos y psicólogas feministas o por la diversidad que han repensado las prácticas machistas en su ejercicio profesional, y han generado espacios de contención, ayuda y orientación. “Es por ese lado el camino”, afirma Sarmiento. Pero “no todos y todas las colegas todavía lo entienden porque hay muchos prejuicios religiosos y sociales”.

Retomando la primera idea de que al nacer se nos asigna dos maneras de ser o estar, en este sentido, es necesario poner en tela de juicio ese mundo azul y rosa, porque hay muchos más colores que están, permanecen, conviven y no se excluyen. De esta manera, comencemos a observar y empatizar, a repensarnos, replantearnos y resignificarnos para poder así romper este sistema binario de género, bastón de la dominación heteropatriarcal.