
Me llevaron un día de enero de 1976, primero al Batallón 141, después al Campo de la Ribera y más tarde, a la cárcel del Buen Pastor. Un año y un mes duró el calvario que me alejó de mis hijas y de mi marido, y marcó mi vida para siempre. Me defendí de todo ese dolor cantando.
Suelo decir a los que me preguntan que la música es mi cable a tierra, siempre lo fue. Me crié escuchando desde óperas hasta sinfonías. Cuando me casé con Alberto y tuvimos a nuestras hijas la música seguía siendo parte del hogar: a veces preparábamos el mate y nos sentábamos en la mesa de la cocina, él agarraba la guitarra y yo cantaba. Era esa misma cocina desde donde me llevaron los militares aquel día, esa cocina chiquita de casa de barrio, en la que quedaron mis hijas de 6 y 8 años desamparadas, y a la que mi marido nunca más pudo volver.
Es que, a diferencia del marido de la Negra, a quien fusilaron, Alberto se enteró de que yo había sido detenida y se tuvo que ir de Córdoba. Por suerte nunca lo pudieron agarrar y, por más alejados que estábamos, la música nos seguía conectando.
Yo canto y siempre he sido así, «estamos invitados a tomar el té…» tarareaba encerrada en una celda de dos por dos y ahí nomás venía un militar a callarme, pero se iba yo seguía «la tetera de porcelana…». Cuando liberaron a algunos, se corrió el rumor de que había una mujer que cantaba todo el tiempo canciones infantiles. Ahí, mi Albertito supo que estaba viva: «si, es ella, nunca para de cantar», dijo.

Con la Negra tenemos el mismo tono de voz, por eso estamos sentadas juntas mientras cantamos en el coro de ex presos políticos del que participamos. Hoy lo integramos quince, pero vamos variando, lo que no varía es que todos tuvimos la necesidad de unirnos: algunos vivimos la dictadura desde adentro, otros desde afuera y otros en historias. Pero a todos nos marcó de alguna manera.

Y también nos une la música, como si ese trágico momento de la historia argentina estuviera, irreductiblemente, ligado a la música. Yo canté desde que me detuvieron hasta que salí: cuando me ataron las manos, me pusieron las vendas, me tiraron en la caja de esa camioneta y me llevaron al Batallón 141, empecé a cantar. En todas las celdas oscuras y chiquitas que estuve quedó mi eco, eso no lo dudo. También dejé mi música en mis compañeras, en mis vecinas, y en los mismos militares que nunca lograron callarme.

Para Verónica, que está sentada al frente mío porque forma parte de las contralto del coro, no se puede concebir la vida sin música. Y creo que es un poco lo que nos pasa a todos, nos atraviesa tanto que hasta cuando estamos nerviosos cantamos. Ella es más joven y le ocultaron por mucho tiempo la historia de su familia durante el golpe, de grande descubrió que tenía un tío desaparecido y dos tíos asesinados. Pero recién cuando la trágica muerte de su nieta marcó su vida, decidió refugiarse en el coro, su mejor terapia.
Tal vez, lo más loco de este coro es que todo se relaciona. Cuando Verónica contó que su tío desaparecido era sindicalista de Renault en Córdoba, Jorge, que forma parte de los pocos hombres que integran el coro, abrió los ojos sorprendido como si hubiera visto un fantasma. «El Caballo», como le dicen, también era delegado de Fiat en la capital y recuerda que fue una de las últimas personas que vio al tío de Verónica.

A Jorge lo llevaron preso durante casi toda la dictadura. Es callado, pero cuando habla con esa voz grave, todos lo escuchamos atentos porque siempre tiene las palabras justas y el conocimiento de quien lee mucho. Capaz, con eso busca no olvidar y la música también colabora a mantener viva su memoria.
Para mí cantando se pasa mejor la vida, canto para vivir. Este coro no sólo nos hace dar cuenta que estamos vivos, sino que nos muestra que la historia se puede recordar desde otro lugar, puede sanar desde otro lugar y permite saber que, por más oscuras que hayan sido las celdas, es ahí donde más brillan las estrellas. Y seguimos acá, parados, cantando y manteniendo el brillo para no perder la memoria.

Porque no nos lograron callar quienes lo intentaron por siete años y porque las juventudes de hoy nos acompañan y las abrazamos. Así es como encontramos a nuestro ángel. Angelo Daaé no es sólo el director del coro, es un joven de 28 años con una voz arrasadora, que se hizo parte de las demandas por los derechos humanos y las disidencias. Siempre decimos que con él fue amor a primera vista. Hoy nos guía, nos ayuda y nos enseña cosas que nosotros no vivimos, pero por las que estamos abiertamente dispuestos a luchar, como ellos hicieron y hacen por nosotros.
*Relato de Susy Strauss, ama de casa y secuestrada en 1976, después de haberse animado a denunciar la desaparición de un trabajador. Sufrió torturas y cautiverio durante más de un año. Hoy participa del coro de ex presos políticos de la Ciudad de Córdoba y nos atrevimos a contar sus historias.