Salir a jugar después de la tormenta

Después de la lluvia, lo único que más ansían los niños y niñas del pueblo es volver a jugar

Dicen que después de la tormenta, siempre llega la calma. Que siempre que llovió, paró. Que el arco iris sólo sale después del temporal. Y tantos otros dichos más.

Pero, para los niños y niñas del pueblo, nada de eso tiene sentido. Para ellos, que la lluvia cese, significa simplemente, volver a salir a jugar.

Las infancias del pueblo no entienden de metáforas ni frases hechas, porque esperan ansiosos mirando por la ventana hasta que las nubes se dispersen y el sol vuelva a salir.

Este es el caso de un niño de Monte Cristo que aprovechó que en la canchita se hizo un pozo con agua, para imaginar que estaba en una piscina.

Despreocupado del que le dirán después en la casa, se embarró y se refrescó de punta a punta. A él sólo le importa divertirse y recuperar las horas que la lluvia le quitó.

La cancha, para los más pequeños del barrio, son esos pocos metros cuadrados que significan un lugar de encuentro constante. Un lugar que los espera, los recibe y los abraza, un lugar que los contiene y que es testigo de todas sus caídas, pero también de las veces que se levantan.

Los charcos ocupan todo el campo de juego, pero igual corren. Descalzos, a veces, pateando la pelota y haciendo salpicar. Valen las risas, los goles y los festejos. No vale volver adentro, hasta que se oculte el sol.

Las caras pícaras están un poco mojadas y pintadas con una sonrisa que ilumina el sol radiante que ya salió y les brinda un rayito de calor. Ellos, esos locos bajitos, corren como si fuera el último juego y no dejan de divertirse.

Dicen que mojarse con agua de lluvia hace mal. Dicen que las manchas de barro no salen de la ropa. Que en el pasto hay espinas que pueden pinchar. Y tantas otras cosas más.

Pero a las infancias del pueblo poco les afecta. Lo más importante es no dejar de jugar.

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