El momento de finalizar la escuela media, o secundaria como muchos aún la llamamos, sin duda implica una bisagra en la vida de muchos jóvenes. Se debaten entre la indecisión, la cantidad de opciones, lo factible frente a lo soñado, la gratuidad o la educación privada, el acceso, la salida laboral, los años de duración… etcétera, etcétera y muchos etcéteras más. Son más incertidumbres que certezas, y muchos viven una situación de angustia frente a lo que se quiere hacer. Y es que la situación en la última década se ha complejizado. Y los jóvenes no están ajenos a ésto.
Considero que uno de los motivos puede encontrarse en la Ley 26.206, vigente desde el 2006, que entre otras cosas establece la obligatoriedad de la educación. Lo que significa, a grandes rasgos y someramente, que no todos los jóvenes la transitan por gusto y elección. En épocas precedentes, el secundario se cursaba casi con vista directa a una carrera universitaria, que por lo general ya se tenía decidida de antemano. La secundaria era la condición sine qua non para llegar a la universidad. Ahora el nivel medio se presenta como un nivel más. Y su fin significa el fin de lo obligatorio. Y llega la pregunta ¿y ahora qué?.
Aún cuando se tenga la certeza de continuar los estudios superiores, no existe la más mínima certeza de qué estudiar. Hay casos «ideales» en los que los chicos tienen la completa seguridad de una carrera. Me atrevo a decir que son los menos, y que esto parte no sólo de una decisión individual, sino de un bagaje familiar y un proyecto en conjunto para tal fin: me refiero a un profesión similar o igual a la de los padres, abuelos y hasta tíos, y con una planificación certera, quizás devenida también de la tradición, de que estudiará ésto y en ésta universidad.
Pero siguiendo la línea de la nueva realidad que plantea la Ley, hoy ingresan a la universidad un gran número de jóvenes, como primera generación universitaria de la familia. Por tanto la planificación y la tradición quedaron muy lejos. Por lo que muchos tienen que arreglarse solos en cuanto a información, inscripción, papelería y trámites. Hay un vacío de acompañamiento en muchas de éstas instancias.
La generación actual, además, no se conforma con larguísimas carreras y títulos de licenciados que probablemente, y según sus cálculos, no le servirá de nada. Muchos especulan con la salida laboral en primer lugar, y con los tiempos de duración. Optan quizás por carreras terciarias, o más cortas. La realidad les ha mostrado que el «tamaño» de un título no les asegura un buen puesto de trabajo.
Por útlimo, aunque no menos importante, otro factor de mucho peso es el alcance y las posibilidades. Son muchos los que desisten de una carrera ya sea porque no se dicta en universidades públicas, o porque deben instalarse en otras provincias. Por lo tanto comienza a «elegir por descarte», priorizando lo que tiene más a mano, si se puede decir.
Tenemos en nuestro país muchas de las mejores Universidades de Latinoamérica, y sobre todo gozamos del acceso público y gratuito. La permanencia y terminalidad de las carreras de grado serán tema para otra ocasión. Pero sí es seguro que existe un agujero negro entre el paso de un nivel al otro. Una vez más será tarea del Estado poder garantizarlo, ya que de nada sirve una garantía en el nivel medio, cuando hay una completa ausencia tanto en el nivel superior como en la futura inserción laboral.